Si hay un negocio que parece que no tendrá nunca déficit ni falta de clientela es el de la muerte: funerarias y demás empresas que se dedican a la vela, el despido y la preparación de los difuntos. Pero, ¿qué pasa cuando la gente no se muere? ¿cuándo una funeraria ya no es rentable? Pues que se tienen que pensar soluciones drásticas para cambiar el destino del negocio. Eso es lo que pasa con la familia de esta obra, cuando una madre y dos hijas que llevan el negocio familiar, que ha sobrevivido generaciones, tienen que afrontar que todo se ha acabado.
Antes esta situación se abren tres opciones: convertir la funeraria en un museo, hacer una gran fiesta de despedida o… algo menos ortodoxo y más alocado. Y no es difícil pensar por cual se decanta la narración.
La historia es una maravilla de texto, divertido e ingenioso, “tramposo” -el público caen en sus trampas tan bien urdidas una y otra vez y se recrea- y muy bien narrado. Laura Daza, Clara de Ramon y Rosa Vila se comen el escenario y hacen vibrar a un público entregado desde el primer minuto.
Las tres actrices protagonistas consiguen una química especial y muy real. La dinámica entre las hermanas cuando están solas o cuando están ante su madre es diferente, tal cual como si se tratara de una relación verídica. Las tres en acción son increíbles, pero Daza y de Ramon explosionan cuando están juntas encima del escenario. Hay momentos en qué la espectadora se pregunta cómo pueden conseguir mantener el rictus inamovible, mientras ella se está riendo a más no poder, con algunas de las situaciones y los diálogos tan fuera de sitio que se presentan y que son una marca indispensable de esta obra.
El escenario cuenta con aquello imprescindible para poder explicar bien cada escena. Los pocos elementos que hay lo hacen austero y sencillo, sin parafernalias que distraigan del objetivo principal: captar la atención del público y mantenerlo enganchado hasta la última nota. Porqué sí, hay música y es de lo más estimulante.
Una esquela entregada en la entrada del teatro reza “Antes de salir de aquí, expiemos esta pena y dejemos que salga. […] Bailemos y cantemos y mañana ya veremos qué hacemos” y con este objetivo se levanta esta producción, que no deja espacio para respirar, que acelera y motiva al público en todo momento. Que pretende, y consigue, dejar atrás la incertidumbre, el pesimismo y la tristeza, que demuestra que el final de una cosa no siempre tiene que ser malo y que, con una fiesta, todo se supera mucho mejor.