El teatro argentino nunca te deja indiferente, quizá por la sensibilidad con la que trata a los personajes, por la crudeza de las situaciones, por la sinceridad y facilidad con la que expresan los sentimientos. Esta obra es argentina porque lo es la dramaturgia y la dirección, uno de los actores, la asistencia artística, la escenografía y el vestuario. La producción es de Júlia Simó Puyo y El Eje, compañía creadora de 12 espectáculos que hablan de personajes marginados y rotos.
El dramaturgo y director es Sergio Boris, autor y director de muchos espectáculos e innumerables premios. En esta obra Euforia y desazón, hay mucha más desazón que euforia.
Una ex-alumna de una escuela de formación de adultos vuelve para dirigirla. Se encuentra con un espacio al borde del colapso utilizado como taller mecánico. Gabriela Aurora Fernandez ha creado una atmósfera en un marco que desquicia nada más entrar en la sala. No hay rincón que no cree desasosiego ni detalle que no huela a derrumbe.
Es una situación de decadencia colectiva y progresiva que crea una inquietud creciente, una sensación de pérdida, desequilibrio emocional, inestabilidad, incapacidad de recomponer el desastre, reconducir una situación irrecuperable. La obra no avanza y tampoco retrocede, se mantiene en un sitio del que parece imposible salir.
Con un lenguaje directo y provocador los cinco personajes van hablando a la vez, se interrumpen, gritan, saltan de un tema a otro. Poco a poco y de forma muy desordenada y anárquica pero siguiendo un guion, vamos entendiendo el pasado y las circunstancias que los han llevado a esta especie de derrota que ellos no aceptan porque siguen luchando por evitar el derrumbe. Con este texto de gran dificultad, Eric Balbàs, María Hernández, Sebastián Mogordoy, Cristina Mariño y David Teixidó se van moviendo de manera aparentemente caótica pero modelando cada uno de ellos la personalidad de su personaje y en medio de toda su ruina nos demuestran una profunda ternura.