Ya hace tiempo que tenemos constancia del buen gusto del actor y director Felipe Cabezas a la hora de escoger los temas para sus montajes. Después de homenajear la comedia del arte, el París del cinquecento, personajes como Houdini o el universo literario de Julio Verne, en sus últimos espectáculos, ahora le ha tocado el turno a Shakespeare y, más concretamente, a su obra El rey Lear. Cabezas demuestra, una vez más, un amor incondicional por las artes escénicas, sabiendo cómo transmitir esta pasión al público. Lo mejor de El bufón del rey Lear son el uso de las máscaras, la magnífica encarnación del espíritu bufonesco y los momentos más íntimos como aquellos en los que vemos cómo el artista se maquilla o desmaquilla ante nosotros. Más allá de eso, se echa de menos que se saque más provecho del contenido real de la obra del célebre dramaturgo inglés. Temas principales de este texto como la vejez, la locura, la avaricia o la renuncia a los bienes materiales no tienen espacio en esta producción cuyos intereses miran hacia rincones más románticos. Tampoco las referencias a la actualidad, a pesar de su buen potencial, resultan demasiado precisas ni la digresión a una trama secundaria que, finalmente, no lleva a ninguna parte. En cualquier caso, se trata de un ejercicio de libertad personal interesante, impregnado de personalidad y mucho carisma. La propuesta es tan gamberra y juguetona como cabía esperar, hace reír, enternece y emociona; por lo tanto, cumple, en general, sus pretensiones, aunque se podría haber aspirado a un resultado mucho más ambicioso y profundo.
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