Esta obra de August Strindberg, que curiosamente no es de las más representadas en nuestros escenarios, es una pieza capital de la dramaturgia nórdica, una obra que tiene algo de terrorífico y angustioso a la vez. Su influencia, además, es alargada, porque la guerra matrimonial de la pareja protagonista se ha visto después muchas otras veces en escena, hasta el punto de asegurar que es el precedente más claro de George y Martha, el matrimonio de ¿Quién tiene miedo de Virginia Wolf? En esta versión de Jordi Casanovas se ha querido hacer un guiño al espectador catalán y se ha trasladado la trama a una supuesta conjura golpista en un país mediterráneo, idea que nos lleva enseguida a la España de los ochenta. Pero hay algo en la ambientación escogida, en el vestuario, en el trasfondo del texto y en algunos determinados comportamientos de los personajes que hacen tambalear la idea hasta convertirla en anécdota. De hecho, lo que importa aquí son las relaciones personales entre el matrimonio y un primo de la mujer, así como las traiciones y la peligrosidad que comportan los actos de los tres. La acción transcurre en un ambiente denso, ambiguo, en el que los actores tienen que soltar toda su carga expresiva y emocional. En este sentido, Lluís Soler está realmente espléndido, al igual que Mercè Arànega o Carles Martínez, que quizás a ratos se tendrían que soltar algo más y aprovechar al máximo unos personajes tan ricos y complejos. La dirección y la ambientación escénica de Casanovas también son loables, y aunque no consigue quizás una pieza redonda podríamos decir que tiene suficientes valores como para que no pase desapercibida.
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