Con el paso de los años la inocencia y la capacidad de sorprenderse va disminuyendo. Algunas personas, incluso, creen que no es importante mantener una ínfima parte de la infancia que tuvieron. Pero se equivocan.
El Cirque du Soleil ha renovado aquello que, seguramente, es su espectáculo más icónico porque las nuevas generaciones lo descubran y quien ya lo conocía vuelva a disfrutarlo. La historia tiene todos los elementos de fantasía que se puedan desear: el corazón de un reino ha perdido a su rey y Alegría es testigo de la lucha de poder entre el viejo orden y un movimiento joven que anhela esperanza y renovación.
La música, la elegancia y las acrobacias de los y las integrantes de la compañía impregnan todo el espectáculo. Una maravilla que deja la boca cada vez más abierta y permite pensar a la espectadora que todo es posible.
La historia es narrada de manera sencilla con cada movimiento e interacción entre los artistas que suben al escenario. El diálogo no es necesario, las pocas palabras que salen de las bocas de los clowns, muchas de ellas inteligibles, son un sonido más que forma parte de una estructura bien acoplada.
Es increíble como los artistas que forman parte del espectáculo, los y las acróbatas que vuelan elaborando figuras inimaginables o los y las gimnastas con movimientos imposibles, proyectan una emoción indescriptible, haciendo fáciles las tareas más complicadas. El trabajo que hay detrás de cada salto o movimiento de hula-hoop se intuye intenso, dedicado y apasionado. Y esta llama que mueve a los y a las protagonistas de tanta excelencia se contagia en cada butaca de la carpa.
Todo esto, lo redondea la música en directo y las magníficas voces de Sarah Manesse y Cassia Raquel, que envuelven un espectáculo lleno de magia y sueños que permite a todo el público olvidarse de sus vidas para dejarse llevar por la alegría y la ilusión.