El uso del lenguaje y las palabras es cambiante. Algunos términos siempre han tenido el mismo significado, otros han mudado en versiones más o menos amables, pero algunas se han convertido en armas verbales.
Esta producción empieza en el patio de una finca donde despierta un burro que, sorprendido por las llamas de un incendio, da inicio a un casi monólogo sobre su origen y el paso del tiempo para su especie con la ayuda de textos clásicos sobre asnos. Durante este relato irá perfilando la perversión de la palabra y el trato otorgado a los équidos.
Álvaro Tato aborda esta obra de manera original no densa y de difícil entendimiento como podría parecer en un primer momento. La elección de los textos en que se basa es audaz y combina perfectamente momentos divertidos con reflexiones más profundas. A pesar de eso, una parte de esta narración cae en un error bastante previsible cuando algunos textos tienden a alargarse, precisamente aquellos que tienen una atracción más arisca por parte del público. Es en estos momentos -especialmente el viaje a Roma- que la espectadora desconecta y pierde el hilo del viaje narrativo que le estaba despertando interés. El ritmo y los relatos vuelven a coger vuelo y permiten que hasta el final haya una auténtica atención, pero no dejan de pesar los pasajes densos que se quedan en la recámara de la memoria.
Una escenografía funcional, que al mismo tiempo hace de teatro y bastida de músicos y cantantes, juega con el diseño de luces y sombras para crear personajes y darles vida. Pero si es cierto que el encaje de este escenario no acaba de estar bien encuadrado, y algunas de las escenas hechas con esta técnica no se acaban de apreciar.
Carlos Hipólito, como Burro protagonista, es un narrador magnífico. La manera como molde las palabras y el escenario para atrapar el público y que esté atento, como si de un cuentacuentos se tratara, maravilla y se agradece. Provoca una complicidad con la espectadora que le acompaña en el trayecto y espera que la sorprenda con alguna fábula brillante.
Manuel Lavandera a la guitarra, Fran García a la batería y voces, e Iballa Rodríguez a la flauta y voces, acaban de encuadrar este relato lleno de imaginación.