Un detective es contratado por un fotógrafo en decadencia después de una vida de éxito para que investigue su muerte que todavía no se ha producido.
Es un monólogo de Pablo Rosal y dirección de Ferran Dordal i Lalueza. Rosal es también el intérprete siguiendo una estética cinematográfica de detectives clásicos y ambientada en Barcelona. Él juega con los tópicos del cine negro y la imagen del detective seductor, solitario y despreocupado.
Con el trasfondo de la investigación de un crimen, juega con el atractivo que nos produce la muerte y todo lo que la rodea, las ganas de ganarla para tener más poder sobre la vida. El relato es una pura reflexión filosófica de gran calidad literaria que engancha por la poesía del propio lenguaje y que querrías poder rebobinar como en los goles de los partidos, para disfrutar una vez más de la palabra.
El análisis de la escena del crimen es la excusa para analizar las personalidades de los diferentes personajes que aparecen alrededor de la muerte. Todos ellos son interpretados por Rosal con todas las dificultades que comporta la interpretación de los diferentes registros con los que se desenvuelve bastante bien.
No importa ni el muerto ni descubrir quién es el asesino ni los motivos. Pablo Rosal encuentra la excusa para coquetear con la muerte y su atractivo, el atractivo de haberse acercado, haber jugado con ella o haberla superado.
Los recursos teatrales utilizados son muy variados y producen muy buenos resultados. La escena del crimen se convierte en un escenario teatral en el que aparecen otros elementos: fotografía (Noemí Elías), vestuario (Sílvia Delagneau), escenografía (María Alejandre), espacio sonoro (Clara Aguilar y Pau Matas) iluminación (Mingo Albir), todos ellos importantes para el desarrollo de esta pieza tan original y con una fuerte carga de profundidad emocional.