Ya hace años que nos encontramos historias distópicas por todas partes, tanto en la literatura como en el cine o en la televisión. Cuesta más encontrar estas historias en el teatro, pero en los últimos años hemos tenido algunos ejemplos: La nostra parcel·la, Salvació total imminent… o la adaptación teatral de Ensayo sobre la ceguera, entre otros. Las características de este tipo de relato implican un mundo cambiante, un nuevo orden social, unas nuevas reglas… y a menudo una trama en la que algunos personajes intenten revelarse contra la nueva sociedad y buscar una justicia implícita. También es interesante que la trama tenga una intriga, un misterio o algunos hechos inexplicables para los que la protagonicen. Es decir, que genere tensión y que haga salir al espectador del teatro con cierto desasosiego o una gran intranquilidad por el futuro más inmediato.
En Adictos nos encontramos una premisa original que podría dar pie a una buena historia: una empresa de nuevas tecnologías presenta una nueva aplicación que esconde un gran secreto, y enseguida una organización contraria intentará evitarlo de la forma que pueda. Aparte de esto, la obra no presenta nada más de lo que anunciábamos antes. No hay una intriga interesante ni tampoco se genera tensión en la escena, sino más bien todo el contrario. La dirección es desvaída e incluso apática. Las actrices, todas de probada calidad y versatilidad, se muestran un poco perdidas en medio de un escenario de blanco inmaculado y una luz blanca que intenta dar la sensación de hospital o laboratorio. Una sensación de asepsia y frialdad que no ayuda al espectador a implicarse en el argumento, ni tampoco en la propuesta.
Podemos decir, sin embargo, que la gran noticia es volver a tener en la cartelera barcelonesa a una de las actrices más admiradas, la gran Lola Herrera. Su profesionalidad, con 87 años muy bien llevados, salva algunas escenas imposibles y demuestra que todavía la podríamos ver defendiendo textos de mayor nivel.