La fuerza principal de un buen monólogo teatral reside, en parte, en compartir un relato interesante pero, sobre todo, en presentar un personaje potente. Conscientes desde el mismo título del espectáculo, Marc Rosich y Roberto G. Alonso han creado un inefable, esperpéntico y maravilloso protagonista que, repleto de muchas y variadas referencias, conecta, de forma casi mágica, el realismo más sucio con la poesía dramática. Entre trágica y grotesca, A mí no me escribió Tennessee Williams es una apuesta visceral que habla de los sueños y anhelos desde la marginalidad. Este cuento triste y metalingüístico juega con un sentido del humor tan simpático como grosero que puede recordar al estilo de Las Glorias Cabareteras, para derivar a una magnética mezcla entre danza, performance, canto, teatro gestual y texto clásico. La interpretación de Alonso es, realmente, el punto más fuerte de la propuesta. Tiene carisma y verdad pero también transmite una amargura profunda y el dolor proveniente de su injusto arrinconamiento social. Con estos elementos, una desbordante naturalidad por la transgresión y lejos de cualquier signo de parodia, consigue, inevitablemente, emocionar a todo el mundo y hacernos olvidar que la amalgama de números y reflexiones cae, en algunos tramos, en cierta irregularidad. En cualquier caso, lo que el público se lleva es un viaje sentimental único a través de una mirada tan tierna como peculiar. Y solo esto ya tiene un gran valor por sí mismo.
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