Las “dinámicas familiares” no son fáciles, lo sabemos muy bien todos/as. Hay familias que lo llevan mejor, otras que se les hace un mundo y algunas que disfrutan, sobre todo, cuando hay crispación y batalla campal.
Es el caso de Santi y sus dos hermanos, Natàlia y Víctor. Y su mujer, Carol, se lo mira desde fuera divertida. En esta ocasión, los tres hermanos han quedado en casa del matrimonio para discutir sobre cuál será el futuro del su padre que, con más de 80 años, ya no se puede quedar solo en casa. Encontrar un día y un momento para hablar es complicado, pero aún lo es más por el talante de cada uno.
Santi es el hermano pequeño, actor sin fama ni trabajo va viviendo aguantando la perfección de la hermana y los aires del hermano. Natàlia, la mediana, es muy inteligente y trabaja en la universidad, se caracteriza por ser la responsable y decir siempre la verdad. El grande es Víctor, que llegó a un estatus económico elevado después de casarse con la hija del amo de una fábrica y eso, parece ser, le da derecho a mirar a todo el mundo por sobre del hombro e ir de perdonavidas por el mundo. No podrían ser más diferentes.
La trama de esta producción nos presenta tres de estos encuentros. En la primera no llega Víctor, en la segunda no asiste Natàlia y la tercera será la definitiva. Durante estos tres encuentros se destaparán pensamientos, ideas y sentimientos que, aunque se intuían, no acababan de mostrarse claramente. Y la Carol se lo mira como el público, haciendo de espectadora y narradora.
Nos encontramos ante un texto muy divertido, que no busca ser hilarante en cada palabra y eso se agradece. Hay un trabajo profundo en cada conversación y cada dardo que se tiran los hermanos y la manera como los reciben los otros. Cada personaje parodia en algún momento la actitud o la manera de ser de los otros de una manera cómica y realista, como seguramente haríamos cualquiera de nosotros con alguien con quien tenemos confianza.
Todos los intérpretes están sublimes, pero Pere Arquillué (Santi) nos sorprende una vez más con otro registro que no estamos acostumbrados a verle tan explotado. Exagerado y muy gesticulador, su personaje nos arranca más de una risotada con sus ocurrencias verbales y físicas, aumentando el impacto en el público en cada intervención. Lluís Villanueva (Víctor) desarrola el registro satírico y cómico con una versatilidad que impresiona, llevando a su personaje y a la espectadora por donde quiere en todo momento. Una sorpresa muy agradable es la evolución del personaje de Natàlia, interpretado por Cristina Plazas, que se va comiendo cada vez más el escenario hasta su explosión final. Y como maestra de ceremonias, qué gran acierto tener a Àgata Roca, ella tiene un don especial para establecer esta complicidad con el público y tenerse cierta confidencia reservada, a veces, para unas pocas personas afortunadas.
Cesc Gay dirige con una sabiduría absoluta todo el estruendo de esta familia que no se soporta, pero la cual no sería la misma sin cada uno de sus miembros. Gay crea un marco muy hogareño y agradable en una cocina para demostrar que se puede discutir igual sentados a comer que mientras se hacen los preparativos. Y sino, que se lo digan a las anchovas.