Faemino y Cansado
El dúo cómico español Faemino y Cansado está formado por Javier Cansado y Carlos Faemino, que nacieron en Madrid, pero podrían haber nacido en otro sitio. Trabajan juntos desde 1980. Distintas labores profesionales jalonan esta relación. Su curiosa biografía se ha fraguado también en actividades tangentes al humor, como los juegos de mesa u ocupaciones como la venta de horchata.
Faemino y Cansado se caracterizan por una carrera artística pausada, ecléctica y firme. Teatro y televisión son los medios en los que se han desenvuelto principalmente, sin desdeñar, no obstante, prensa, internet o radio. Y siempre la escritura. Llenan bares, café-teatros, teatros, anfiteatros, solares…. En tiempos heroicos provocaban tumultos en el parque del Retiro de Madrid. Sus actuaciones son un acontecimiento allá donde van. Sus apariciones en televisión marcaron una época: son Faemino y Cansado.
¿De dónde proviene el nombre Faemino y Cansado?
Los domingos se sucedían y los éxitos de Los del Mono Rojo habían crecido bastante, siempre teniendo en cuenta el universo en el que se desenvolvían. Éxito sobre todo en lo relativo a su recaudación ¡ y todavía no tenían nombre artístico! Así que se pusieron manos a la obra e hicieron, sin saberlo, un tormenta de ideas, y como estaban de moda aquellos nombres estúpidos de frases hechas surgieron: Peras Maduras, Chufa y Horchata, El que Parte y el que Reparte, Espárragos con Mahonesa, Circunferencio y Paralelepípedo (éste si les gustaba)… Beate, una amiga alemana bastante sensata, les dijo: «Como vuestros personajes de más éxito son los imitadores de muertes famosas (sí, era cierto, en aquella época compatibilizaban la Torre de pisa con la muerte de Viriato), llamaos como ellos». ¡Que gran idea! Mejor aún, Los Hermanos Benítez. Y durante cuatro años se llamaron así…
¿Cuáles son los inicios de Faemino y Cansado?
«¿Y si preparamos un espectáculo y nos vamos al parque del Retiro?» Cuando Carlos Faemino le propuso a Javier Cansado iniciar juntos una carrera artística no pretendía ni siquiera ganarse la vida.
«De acuerdo». Cuando Javier Cansado contestó a Carlos Faemino afirmativamente sólo pretendía conseguir lo suficiente para invitar a los amigos a comer en un chino.
Antes de su debut en el Retiro las etapas creativas conjuntas habían seguido distintos derroteros, sobresaliendo entre todas la venta de encendedores solares en el Rastro madrileño y la ejecución de diferentes performances. Cómo no recordar una a la que yo asistí: al lado del museo del Prado pintaron en el suelo una serie de cuadros famosos, a su etilo. Dibujaban un labio y lo denominaban ‘La Gioconda (detalle)’ o hacían una mancha roja y lo titulaban ‘Mondrian (detalle)’; después explicaban, gritando, su particular historia del arte. Un señora que paseaba con su nieto se acercó y, apiadándose de ellos, les echó una moneda de cinco duros. Al finalizar esa tarde, Faemino, con la moneda en la mano y muy serio, le propuso a Cansado: ¿Y si preparamos un espectáculo y nos vamos al parque del Retiro? Y, bueno, ahí empezó todo.
El primer día fue emocionante, claro que las emociones también pueden ser negativas. Nervios, tensión, falta de confianza…. Faemino tenía experiencia de trabajar cara al público. De hecho, ya había actuado en algún local, había cantado en la Plaza Mayor, había interpretado teatro siendo un juvenil… Era un artista polifacético. Pero ¿ y Cansado? Cansado llegaba a la fecha del debut con un currículo… digamos, poco prometedor: expulsado del coro del colegio y relegado a los papeles más insignificantes en el aula de teatro del instituto.
Y allí estaban los dos a las diez de la mañana de un domingo de septiembre a principios de los ochenta. «Tenemos que buscar un sitio que este bien», anticipó Cansado queriendo parecer tranquilo. «Lo mejor es que busquemos un banco en el paseo del estanque» -Faemino le mostraba su veteranía-.
Y allí estaban los dos a las diez y media de ese domingo de septiembre ya sentados en un banco y vestidos con monos rojos de mecánico. De hecho en su primera época la gente los conocía por ‘Los del Mono Rojo’. «Bueno ¿y ahora que hacemos?» Cansado siguió improvisando con una sonrisa… La procesión iba por dentro.»Pues nada, lo apropiado, llamemos la atención de la gente y hagamos un corro a nuestro alrededor». La excitación creció en grado exponencial, el corazón les comenzó, por fin, a latir. Cansado se levantó como impulsado por un resorte y, asombrado de sí mismo, comenzó a gritar desaforadamente a los viandantes para que interrumpieran su paseo y se prepararan para contemplar algo nuevo y diferente, un espectáculo sin igual. Faemino, envalentonado, se puso de pie en el banco y comenzó a gesticular. Era una especie de avance de lo que la gente podría ver si se quedaba. Al principio, los paseantes más que pararse aceleraban el paso. Es perfectamente comprensible: de pronto, dos energúmenos los provocaban y lo ponían en un brete. Siempre han comentado que a ellos esta situación les hacía gracia, ese poco poder de convocatoria los envalentonaba.
Y ocurrió lo inexorable. Ese domingo de septiembre, a las once de la mañana, una pareja se detuvo frente a Cansado. Y, claro, bastó que alguien se parara para que, cual setas después de la lluvia en un monte boscoso de la provincia de Segovia, los espectadores fuera apareciendo. En cantidades moderadas, eso es cierto, pero suficientes para ofrecer el primer pase de su espectáculo sin igual.
Bien, pues allí estaban nuestros amigos frente a un numeroso grupo de personas con un a actitud no diríamos de expectación sino más bien de: bueno estoy aburrido, voy a mirar a estos dos con esos monos rojos tan llamativos .
Y a continuación, un aserie de recuerdos inconexos e intemporales que en un pequeño acto de regresión y oliendo a sándalo soy capaz de rememorar.
Cada jueves se reunían en el Pub Avapiés (lo que hoy llamaríamos un bar de copas). Repasaban hasta el último detalle la actuación del domingo anterior y preparaban con mimo la del siguiente. Eran variaciones cuasi minimalistas. Retoques de algunos conceptos. Incorporación al espectáculo de elementos exógenos y ciertas repentizaciones. Ingesta de gin- tonic. Repasaban textos de Lacan o de Kierkegaard, buscando nuevas vías para su humor. En definitiva, era un fiesta. Y lo repetían cada jueves. Una tarde, al salir del local, un niño que caminaba junto a su padre los reconoció. «Mira, papá, los payasetes del Retiro». Ese niñato acabó con las jornadas de autocrítica y con Lacan. Conservarían la cita de los jueves, pero sólo para la cuestión del gin-tonic.