Sinopsis

En la oquedad de esta mente que escribe hay un escenario. Aquí nos hemos encontrado. En el espacio vacío donde reside la posibilidad de la vida se ha engendrado la única estructura que sustenta la existencia: el escenario. En esta ocasión, la vida hueca del espectador es un edificio indefinido, de madrugada. Grandes estancias sin un uso claro, paredes gastadas, pasillos que resuenan, escaleras de metal exteriores que sobrevuelan, subliman y condenan el paisaje urbano. Y frío, hace frío en el corazón por fin vacío que es este edificio casi abandonado que es el escenario engendrado por la presencia de la ausencia que es la distancia entre algo y sí mismo.
Y este escenario, para ser escenario, inevitablemente ha engendrado un significado, una cosa, un relato, un protagonista, un quiebro, un desgarro, un sacrificio, un mito, un ejemplo de lo vivo, un representante expósito del todo, o como quiera que el lenguaje se llame a sí mismo: un receptáculo vacío dentro del escenario vacío: un personaje: un vigilante de seguridad.
Merodea la noche sagrada del gran edificio sonrojado de tanta verdad. Es su trabajo; una oda a la intimidad. Camina, se detiene o piensa por el interior de este edificio tierno y abrumado por tanta exquisita desolación. La ciudad callada y liberada por unos instantes de sus funciones, desprogramada, hecha gigante torpe e inocente, nos abraza de fondo, su sonido perpetuo.
Hay una banqueta.
El vigilante extrae de su mochila un cuaderno donde debe anotar las observaciones de la noche.
Escuchemos por qué el vigilante quiere hablar.
Idioma:
Catalán
Sinopsis
En la oquedad de esta mente que escribe hay un escenario. Aquí nos hemos encontrado. En el espacio vacío donde reside la posibilidad de la vida se ha engendrado la única estructura que sustenta la existencia: el escenario. En esta ocasión, la vida hueca del espectador es un edificio indefinido, de madrugada. Grandes estancias sin un uso claro, paredes gastadas, pasillos que resuenan, escaleras de metal exteriores que sobrevuelan, subliman y condenan el paisaje urbano. Y frío, hace frío en el corazón por fin vacío que es este edificio casi abandonado que es el escenario engendrado por la presencia de la ausencia que es la distancia entre algo y sí mismo.
Y este escenario, para ser escenario, inevitablemente ha engendrado un significado, una cosa, un relato, un protagonista, un quiebro, un desgarro, un sacrificio, un mito, un ejemplo de lo vivo, un representante expósito del todo, o como quiera que el lenguaje se llame a sí mismo: un receptáculo vacío dentro del escenario vacío: un personaje: un vigilante de seguridad.
Merodea la noche sagrada del gran edificio sonrojado de tanta verdad. Es su trabajo; una oda a la intimidad. Camina, se detiene o piensa por el interior de este edificio tierno y abrumado por tanta exquisita desolación. La ciudad callada y liberada por unos instantes de sus funciones, desprogramada, hecha gigante torpe e inocente, nos abraza de fondo, su sonido perpetuo.
Hay una banqueta.
El vigilante extrae de su mochila un cuaderno donde debe anotar las observaciones de la noche.
Escuchemos por qué el vigilante quiere hablar.
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