Entre el 23 de noviembre y el 30 de diciembre de 1990, la compañía del Teatre Lliure representó Terra baixa. Devenido el testamento escénico de Fabià Puigserver, fundador de este teatro (1938-1991), este espectáculo consagraba el clásico en el contexto de modernización olímpica del país.
30 años más tarde, Roger Bernat no hace una nueva versión de Terra baixa, sino que vuelve a hacer ese montaje. En aquella ocasión eran Lluís Homar, Emma Vilarasau o Mercè Aránega los encargados de encarnar a los personajes. Hoy, en cambio, son Enric Auquer, Aina Clotet y hasta 78 intérpretes –6 diferentes por cada representación– que ponen a prueba las tecnologías de la memoria para reconstruir un emblema.
Del paradójico estreno del texto de Àngel Guimerà en Madrid en 1896 hasta la versión de Fabià Puigserver, representar Terra baixa ha sido una forma de declarar el poder político de los imbéciles. Ideologías tan diversas como las de los ateneos anarquistas barceloneses de principios del siglo xx, la cineasta nazi Leni Riefenstahl, el dramaturgo marxista Erwin Piscator o las realidades de TV3 (por ejemplo, El Llop de Ángel Llàcer), tiro o huir a la tierra alta.