'Carrer Robadors', o como escapar de los infiernos, en el Teatre Romea

Oriol Puig Serradesanferm

El escritor francés Mathias Enard ha vivido en Barcelona una temporada larga y ha escrito un montón de novelas que aún no se conocen suficientemente en la ciudad, aunque alguna, como Carrer Robadors, esté ambientada en el Raval barcelonés, en plena crisis económica y con el telón de fondo de las manifestaciones del 15-M, con un joven marroquí que busca su lugar en este mundo. La historia llega ahora al escenario del Teatro Griego para abrir una edición del festival que mira hacia África, la del sur y la que vive en nuestro país.

Se han encargado de convertir la novela en material escénico los dramaturgos Marc Artigau y Sergi Pompermayer, además del director del montaje, Julio Manrique. Un equipo de jóvenes actores y actrices, una parte de los cuales de origen árabe, interpretan los personajes de una historia que logra captar el espíritu de una época, aporta luz y sombras sobre la situación y las motivaciones de los migrantes, negro sobre blanco, pasando de la esperanza en el mañana al miedo del mañana.

Como dice Mathias Enard: «Creo que hay esperanza en esta historia, que surge directamente del personaje, de la energía de su juventud, que le permite salir de experiencias tan duras». Y es que el protagonista de la historia que imaginó el escritor francés (un arabista, por cierto, experto en el Magreb) es un chico de Tánger. Al igual que el viajero y cronista Ibn Battuta, en Lakhdar comienza su viaje desde Tánger, y al igual que las crónicas del viajero musulmán del siglo XIV, su historia constituye una contribución documental del mundo contemporáneo muy precisa. «Me ha sorprendido la adaptación que ha hecho Julio Manrique, porque he comprobado que sí, que podía convertirse en teatro, y que diez años después y en Barcelona la obra adquiere otro sentido. Habla de la ciudad, de atentados, de los indignados …, cosas que, queramos o no, forman parte del momento que vivimos ahora «, añade el autor.

Ahora bien, a diferencia de la época de Ibn Battuta, ya no quedan territorios para explorar, y el viaje se convierte en un descubrimiento de los propios paisajes vitales. Carrer Robadors va más allá de unos hechos circunstanciales, convulsos, que acompañarán en todo momento el viaje de Lakhdar. El primer amor, casi de la mano con el primer sufrimiento persistente. La del chico que se enfrenta a un padre, y todo lo que éste representa. El viaje como oportunidad y, por supuesto, como posibilidad de fuga y, por supuesto, también, como negación de la realidad.

«Una realidad demasiado terca que la impulsa, o la expulsa, a un viaje iniciático hacia la madurez», dice Julio Manrique. Y es que en Lakhdar no cumple el estereotipo que nos han querido hacer creer los medios de comunicación del inmigrante indocumentado. Lakhdar es un joven que abraza los libros y hace de la vida este lapso de tiempo marcado por la percusión batiendo los latidos de este tambor interno llamado corazón. Es un chico tierno, sensible, el orgullo infantil le cambia la vida, pero no sus anhelos y sufrimientos más íntimos. Sus no son situaciones elegidas, todas las experiencias vividas lo expulsan a nuevos escenarios que él tampoco escoge. «Todos los lugares donde se deja caer se convierten en pequeñas cárceles de sí mismo», añade Manrique.

Julio Manrique

Un territorio hipersensible tras el impacto de las primaveras árabes. Mientras Mediterráneo incendia, Europa tambalea. La capital catalana, mientras tanto, vive el descontento social y el auge del movimiento de los indignados, en un clima de insurrección similar pero, a la vez, muy diferente de lo que se vive en la otra orilla. Lakhdar descubre, estupefacto, que la misma ciudad que un día se convierte en un campo de batalla apocalíptico se despierta al día siguiente como si nada hubiera pasado. «Aquí todo el mundo tiene todavía demasiadas cosas a perder por lanzarse a la insurrección», le dice Munir, el tunecino con quien comparte piso en la calle Robadors, en el corazón de la ciudad de moda -y la ciudad de Judit, el motivo básico por el que llega hasta aquí-, una mezcla extraña entre turistas e inmigrantes, la de la gente de toda la vida, la de clase media y la de los bajos fondos.

«Quizás porque hay en la juventud una fuerza infinita, un poder que hace que todo se deslice, que hace que nada te afecte realmente», afirma el protagonista en las primeras páginas de su periplo. Se requiere toda la juventud, toda la inocencia y toda la energía de este joven tangerino para cruzar el campo de batalla sin mirar atrás. Esta es la historia de un viaje iniciático que avanza gracias a un sueño improbable en un futuro confiscado pero que iluminan la compañía de los libros, el amor por la escritura y la afirmación del humanismo árabe.

Carrer Robadors es una historia necesaria, una ventana a ese otro lado que tenemos a sólo unos kilómetros de distancia y que estereotipamos con sorprendente frialdad, con la inestimable colaboración del islamismo radical, uno de los agentes interesados ​​en el choque de culturas. Como señala enardecido: «No hay tanta diferencia entre los jóvenes del sur y los del norte, y esta historia es un relato factible que apoya esta afirmación». Pocas veces veremos un montaje teatral que se deje contaminar de una manera tan radical por la realidad.

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