Xavier Alomà es el hijo que quisiera haber matado. Es tan fuerte el título que pensábamos que íbamos a ver un thriller. El hijo es él, que no quisiera haber existido.
En esta obra, Alomà realiza un ejercicio personal a través de la autoficción donde desnuda su infancia y la dolorosa relación con su padre. Él es su autor y también el único intérprete. De modo que, bajo la dirección de Anna Tamayo, realiza un despliegue de capacidades para interpretar a todos los personajes del auca. Canta, baila, se disfraza y hace playbacks de Mariah Carey (nos da la sensación de estar espiando a un adolescente gay en la intimidad de su habitación) a la vez que espeta monólogos desgarradores donde vemos sus capacidades interpretativas más dramáticas.
Así como en una sesión de terapia de constelaciones familiares, se ponen todos los personajes, elementos y temáticas sobre la mesa (en este caso, sobre el escenario) para ordenar en su interior aquellas vivencias pendientes de sanar. Todo lo no dicho le hace un tapón en la boca que no le permite hablar del padre en su entierro. Pero, poco a poco, a base de dar voz a su abuela, su madre, su niño interior… la tubería se va desembozando.
El viaje que hace Alomà nos hace reír, nos hace emocionar, nos hace revisar nuestras infancias… y, sin pretenderlo, puede ayudarnos a poner un poco de paz y orden a nuestros temas familiares pendientes.