Malditos Tacones es un duelo, una confrontación entre dos mujeres poderosas y libres que quieren seguir siéndolo. Y es también el encuentro de dos personas perdidas desde siempre y que se desnudan para encontrar el traje más apropiado a su nueva identidad.
Olivia Molina (María) camina e incluso baila sobre la plataforma móvil del escenario con o sin sus malditos tacones (remarcando el significado de poder de los mismos) como buscando su identidad, su pasado, su presente y sobre todo su futuro. Luisa Martín (Victoria) dueña del gran imperio de los Burton, se reafirma en su posición de mujer fuerte y poderosa (¿será su quietud sobre el escenario símbolo de ese poder?) hasta que los vínculos familiares la hacen desprenderse de esa coraza que la protege del dolor y abre, en escasos momentos, su corazón. Ambas actúan con fuerza, dotando a su texto de veracidad y credibilidad.
El escenario es sencillo, como sencilla es la trama que esconde secretos desvelados a lo largo de la obra. Algunos pueden verse venir y otros surgen sin más a raíz de los primeros. Frases como “la familia obliga” o “has venido a buscar la verdad” se clavan en el espectador.
La música acompaña las escenas y también lo hacen las luces blancas, rojas y azules que intentan resituar los momentos vitales. Ellas, inflexibles y vulnerables a la vez, se retan para concluir con un “yo sigo mi vida y tú la tuya”.