“La gente puede decir misa
Pero la muerte es de cada uno
Como lo es la vida” (Georgina Castillo)
Las impuxibles no dejan de sorprendernos a cada obra que presentan. Ellas hacen un teatro comprometido con la sociedad, con el público y con ellas mismas. Desde “Limbo” que trataba de la transexualidad, pasando por la violencia de género con “Aüc-el so de les esquerdes” hasta la visibilización de las enfermedades mentales con “Suit Toc num 6”, o la esclavitud de la estética con “Fam”, las Impuxibles sacan a la luz todo aquello de lo que no nos atrevemos a hablar pero que todos sobreentendemos por la mirada, el gesto o la circunstancia.
Con Harakiri, título extremadamente explícito, hablan del suicidio i, como siempre, con objetividad, con respeto y con la mirada puesta en la comprensión y aceptación sin juzgar ni defender. Como expresa Georgina Castillo en su poesía, es un canto a la libertad individual expresado como siempre con la combinación de todas las disciplinas que ellas conocen bien: la danza, la música, el circo, la poesía y el texto.
La música de Clara Peya, una mezcla de música electrónica y melódica según los momentos es la combinación perfecta. Todo el conjunto instrumental forma parte de la escenografía. En Harakiri, Clara compone, inventa, participa de las coreografías y también canta en solitario.
Montse Esteve a quien seguimos de cerca desde “Stabat Mater” está espléndida en su papel de madre suicidada que da consejos a su hijo desde la muerte sin buscar justificaciones ni su perdón. Pau Vinyals es el hijo herido con dificultades para vivir el duelo. El texto contenido de Maria Velasco no impide que Vinyals se emocione y nos conmueva.
Es una obra que transmite muchas cosas y es una carga de profundidad aunque puede llegar al público de diferentes maneras. Hay momentos especialmente remarcables como los minutos de silencio con todos los intérpretes de pie en el escenario y el público compartiéndolo; la coreografía alrededor del hijo en el momento del entierro: todos los bailarines (Silvia Capell, Haley Diallo, Helena Gispert y Kiko López), con la perfección coreográfica de Ariadna Peya, se acercan al hijo dando muestras de tristeza con las conocidas palabras de consuelo. Otro momento sublime es la danza en solitario de Ariadna Peya colocando el dolor de la pérdida en el bajo vientre y también la escena en la que la ropa adquiere un protagonismo como elemento de proximidad a la persona que se ha ido.
No dejéis de ir para apreciar el conjunto y el resto de los momentos inolvidables.