Con un comienzo espectacular, el actor aparece como un trabajador del T Lliure y, como un amigo que encontramos en la puerta, nos cuenta su relato.
El que vaya al teatro a buscar historias con finales redondos o tenga expectativas a medida que va avanzando la obra, se va a sentir frustrado o se ha equivocado de pieza.
Con este monólogo de Josep Julien, magníficamente interpretado por Santi Ricart tienes que dejarte llevar, debes disfrutar de las situaciones a veces inquietantes, a veces ridículas a las que nos lleva el protagonista que sólo deja el pedazo de escenario iluminado para ir al baño, encender un cigarrillo o contar la historia de un personaje que interviene en la historia.
Como pensaba Pedrolo, en un momento determinado en la vida, una persona puede elegir un camino u otro o aparece una circunstancia que te puede cambiar completamente el destino. Josep Julien crea un personaje, un actor que actúa en la vida real, que fantasea, que miente sin pensarlo ni saberlo, que va tomando decisiones equivocadas y lo va llevando por caminos oscuros y perturbadores de los que emerge no se sabe muy bien cómo: el destino le ayuda. Todo gira en torno a un instante que chupa la historia en espiral o como un solenoide. La rueda de la fortuna vuelve a dar vueltas.
Como ya hemos visto en otras ocasiones, una escenografía sencilla o prácticamente nula no impide que la obra camine sin dificultades. Unas sillas extraídas del patio de butacas facilitan al actor cierto movimiento. En un momento determinado sube unas escaleras, micrófono y luz cenital. Todo sirve para modificar un poco el escenario aunque esta escena podría ser prescindible y acortaría un poco la obra. También creo que sobra la gran pantalla de TV a un lado del escenario cuya imagen no añade ninguna información a la historia.
Santi Ricart hace de narrador, del personaje, de los compañeros, de la pareja, de la chica que conoce en el semáforo, y todo con un registro de voz adecuado en cada caso y te va llevando a lugares desconocidos, van pasando cosas (como dice él, pasan cosas) sin saber dónde le llevarán. Hace reír, hace sufrir, nos enfadamos con él por tomar decisiones absurdas pero le entendemos y compartimos sus preocupaciones. En definitiva, es una obra que hace pensar y salimos del teatro con muchas ganas de hablar con el personaje.