En su habitual línea subversiva, la compañía Els Joglars nos presenta su última obra ¡Que salga Aristófanes! que se personifica como un alegato a la libertad de expresión. Ciertamente, es difícil en nuestros tiempos poder abrir la boca sin ofender, sin que nadie se sienta excluido o, por el contrario, incluido allí dónde no quiere estar.
En el formato de comedia y humor, veremos como un profesor de clásicas – ya chochón– pondrá un centro de reeducación patas arriba con su mundo medio real – medio imaginario. Un centro de reeducación, sí, como lo escuchan. Un reformatorio donde inculcar lo políticamente correcto. ¿No es esta denuncia un gesto valiente hoy en día? Sí, pero también autocomplaciente para quien viene a escuchar lo que quiere oír: que el mundo tiene la piel muy fina.
Supuestamente, ¡Que salga Aristófanes! es una invitación a la reflexión. Sin embargo, el margen para poder hacerlo es nulo. Y es que la obra se limita a lanzar la verdad –su verdad– y a sentenciar de forma totalmente masticada: hay demasiados ofendiditos. Por supuesto hay que entender el espectáculo como una hipérbole. Una exageración del acoso en la corrección, claro que sí. Pero, aun en este caso, hay que romper una lanza a favor de los matices, las excepciones y los puntos medios y de encuentro. Y en la obra, se echan en falta. ¿Dónde cabe entonces el ágora para el debate?
Claro que en nuestra sociedad hay una falsa victimización. Claro que hay un discurso de la correción hegemónico e invasivo. Pero también víctimas reales, sobretodo en materia de abusos, cuyo sufrimiento no se puede ningunear.