Dramaturgia y dirección de Ivan Padilla, a partir de Las manos sucias de Jean-Paul Sartre. El texto aborda el conflicto interno de un miembro de la resistencia en un país en guerra, dividido entre la obediencia y la fidelidad a sus principios. Refleja su lucha moral ante la incoherencia y el absurdo del mundo que lo rodea.
Sinopsis
En un país en guerra, la resistencia se organiza en una estructura jerárquica no exenta de alianzas y traiciones. Dentro de esta organización, un individuo totalmente convencido de la causa que defiende lucha consigo mismo para mantenerse fiel a sus principios y a lo que el orden le ha marcado y no traicionarlo ni traicionarse a si mismo. Una persona que actúa frente a lo que le ordenan por no tener que enfrentarse a su propia existencia, a la ligereza del peso de sus acciones en un mundo absurdo y contradictorio.
NOTAS DE COMPAÑIA
La persona, para Sartre, es un individuo libre y totalmente responsable, pero condicionado socialmente, culturalmente y psíquicamente. Los personajes de Sartre son personas obligadas a actuar, a definirse. El acto supera la duda interior, puesto que supone haber escogido. La actuación es necesaria como afirmación responsable y, también, como fuga u olvido momentáneo del mundo interior.
En la trama de Las manos sucias, Sartre plantea situaciones y preguntas contemporáneas: ¿Cómo puede actuar un individuo ante el sin sentido de la guerra, del asesinato, de las luchas de poder?; ¿Cómo unos ideales políticos acontecen el principal motor de la vida de un individuo y como se soluciona cuando estos ideales entran en contradicción con el sentir único de este individuo? Enfrentado en un mundo absurdo e ilógico, hoy el individuo continúa necesitando actuar y no pensar, dejar de hacerse preguntas para sobrevivir en el mundo, encontrar un refugio, una liberación en la obligación de posicionarse y de actuar, luchar como un boxeador. Y, como siempre, en los bandos de una guerra, detrás batallas políticas, hay individuos concretos, historias personales, seres humanos con angustias, con esperanzas, con sentimientos, con pasiones, ahogados y, después, olvidados por la generalidad de los conflictos.
Cuando miro las imágenes de la guerra de Ucrania o el genocidio de Palestina y los territorios del alrededor no puedo evitar pensar ¿Qué haría yo en su situación? Si fuera un habitante de Ucrania invadida o una Palestina masacrada por un ejército, en guerra día tras día, ¿Qué posicionamiento tendría? ¿Actuaría de manera destacada para defender unos ideales? ¿O bien solo por supervivencia? ¿O intentaría esconderme, no hacer nada y que todo pase rápido? Lo mismo que si miro en otros territorios en guerra continua y más lejos geográficamente. O cuando pienso, por ejemplo, en nuestra guerra civil. Pienso en lo que puede pasar por la cabeza de cada individuo que vive esta situación y, sobre todo, de cada individuo que toma partido de la lucha armada, que se involucra hasta tal punto que se convierte en el centro y motor de su vida.
Sartre ubica su trama en la Segunda Guerra Mundial, con referencias concretas y reales a fascistas, aliados o comunistas, pero si desnudamos la trama del contexto concreto imaginado por el autor, estableciendo una lucha abstracta entre unos y otros, situando las relaciones humanas y las luchas interiores en un contexto no detallado, acercándolas a la contemporaneidad en el lenguaje, en las relaciones de género y en un concepto frágil de masculinidad, la historia de Sartre sigue siendo igual de válida para plantearse las mismas preguntas y las mismas dudas sobre conflictos humanos entre la libertad individual y el orden, entre la necesidad de actuar y la duda interior, mostrando individuos condicionados y atrapados por un sistema de juego decidido y dominado por unos pocos; un mundo donde el individuo acontece ligero e insignificante y donde palabras como matar y asesinar se convierten en conceptos cotidianos y ligeros, sin peso, tal como reflexiona Hugo al final de su aventura.
Y, por eso, este juego dramatúrgico y escénico llamado Les mans brutes, a partir de las palabras y la premisa que planteaba Sartre hace prácticamente 80 años.




