Marilia Samper: El futuro incierto de nuestra dramaturgia

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Es realmente extraño lo que nos pasa a los dramaturgos en este país; por alguna extraña razón siempre nos sentimos como el más feo de la fiesta, aquel con el que sólo se va a querer liar quien esa noche se encuentre muy solo y muy borracho. Eso es lo que generalmente nos sucede. Aunque tengamos a nuestras espaldas una buena cantidad de obras premiadas, hayamos estrenado en todos los teatros de la ciudad, grandes y pequeños, llenado las salas, sido ovacionados, reconocidos por la crítica, aunque hayamos traspasado fronteras y estrenado en Londres, Nueva York o la Conchinchina, difícilmente las productoras, teatros y compañías nos quieren, a no ser que se sientan muy solos y borrachos, cosa que equivale a: no tienen pasta para producir un Shakespeare, o un Ibsen, o un Miller, o un autor contemporáneo extranjero. Es entonces cuando se acuerdan de que existimos y que “por qué no darle la oportunidad a un autor de aquí”. Estamos siempre teniendo que agradecer que nos den “la oportunidad”. Jodido este oficio. Tal vez algún día, además de darnos “oportunidades”, empiecen a tratarnos también con el merecido respeto. Me pregunto si en el resto de países los dramaturgos se sienten igual que nosotros aquí. ¿Será que a Neil Labute también lo llaman pidiéndole que escriba (gratis) una pieza de microteatro? ¿A él también le programan en salas que a cambio le ofrecen un míseroporcentaje de la recaudación de la taquilla? Es algo que me gustaría saber, así entonces, cuando me llamen algunas personas pidiéndome que les escriba un micro o macro teatro (gratis) poder recomendarles que llamen a Neil, con las misma confianza, que en su tierra también se lo piden mucho, así que a lo mejor tienen suerte. Pero definitivamente en otros países donde la cultura tiene una relevancia capital, sus autores reciben muy distintos cuidados. Basta ver el ejemplo del Reino Unido, o de Alemania, o de Francia, o de Estados Unidos, o de Canadá, donde prestan una especial atención a su dramaturgia autóctona, porque saben muy bien que sus escrituras son la voz del presente de sus culturas y de sus realidades.

[ ☞ Lee también el reportaje de Aída Pallarès sobre el pasado y futuro de la Sala Beckett: Del Teatro Fronterizo a los nuevos caminos del Poblenou ]

Aquí ha sido la Sala Beckett la que, desde sus inicios, se ha empeñado en la labor de proteger la dramaturgia catalana, de fomentarla y de difundirla, dar visibilidad a lo -hasta el momento- prácticamente invisible, además de dar a conocer textos de otras procedencias. Cuna y vivero de nuestra autoría, es la única institución que actualmente sigue fiel a su proyecto de favorecer la escritura contemporánea, desde ofrecer cursos de formación y especialización, hasta la producción y programación en su sala. Mientras otras que se propusieron crear un territorio para la dramaturgia ante la sorprendente eclosión de nuevos autores, y que generaron proyectos genuinos y fructíferos como el T6 del Teatre Nacional o los Radicals y Assaig Obert del Teatre Lliure, finalmente los han aniquilado, sólo se mantiene firme en su propósito el proyecto de la Beckett.

La gran mayoría de los que escribimos teatro aquí y ahora hemos recibido el empujón de la Beckett. Muchos, de hecho, han nacido entre sus paredes y han visto sus primeros textos brotar allí. Ahora, que dejará la estrechez de los márgenes de la casa de Gràcia y en breve inaugurará su imponente sede nueva en el Poble Nou, se lanza a un proyecto de gran dimensión, no solo en cuanto a espacio sino también en proyección. Si todo sale como esperamos, Barcelona tendrá un centro de creación y exhibición dramatúrgica al nivel de los del resto de Europa. Es un proyecto arriesgado, pero necesario. No tan sólo por la cantidad de autores en activo que existe en toda Catalunya, sino porque el público ha dejado más que claro que quiere escuchar a estas nuevas voces, que se identifica con ellos. Mucho público que antes no había osado ocupar una butaca en la platea, ha llegado a los teatros de la mano de los textos que se escriben hoy, lo cual significa una victoria absoluta de la creación contemporánea. Sería descabellado no tener esto en cuenta y no darle el lugar que se merece. Pero tristemente la dramaturgia, en este momento más que nunca, no tiene un lugar muy claro, continúa vagando, ocupando sitios de prestado, cuando un teatro o una productora decide darle “una oportunidad”. Sala Beckett se propone crear en su seno “la casa del autor” y que en toda la geografía de su edificio se respire y se palpe el teatro vivo de nuestros días, como un pan recién salido del horno, y que podamos saborearlo. Pretende ser un espacio popular, porque popular es la naturaleza del teatro, y conectar a los creadores con la sociedad, que es de quien y para quien tenemos cosas que decir arriba de un escenario. Por fin se podrá desincrustar la tintura elitista que algunos han pretendido darle, clausurando así el arte a un sector minoritario. Si todo sale como esperamos, habrá una vida nueva para la dramaturgia contemporánea de este país, se llenarán los escenarios de nuevas historias, aquellas que la gente quiere escuchar, aquellas que hablan de nosotros, de quienes somos. Si todo sale como esperamos, la dramaturgia autóctona tendrá el lugar que se merece, el mismo que tiene en nuestros países vecinos, y dejará de considerarse un arte menor al que de vez en cuando dar una oportunidad para cumplir con cuotas absurdas, sino que será -como debe ser- la base de la cultura escénica de este país y podamos tener un teatro con entidad propia y orgulloso de sí mismo y de sus creadores.

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Marilia Samper, dramaturga y directora. Autora de obras como Pequeños monstruos, L’ombra al meu costat o Dos punkis y un vespino, ha dirigido también obras de otros autores como Pulmons o Si existeix encara no ho he trobat. Imparte clases de dramaturgia en la Sala Beckett.

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